Mi buen amigo Juan Severo Mendoza, veterano ingeniero de sistemas, siempre ha sido un apasionado de la caza. Su mayor ilusión desde que se inició en el deporte de los príncipes era cazar un tigre «mariposo» o un puma, especies típicas de los llanos venezolanos. Ahora bien, además de requerir altas dosis de paciencia, el arte de cazar tigres demanda una buena escopeta con cartuchos de munición adecuada y uno o varios perros entrenados en la materia.

Resulta que Juan Severo, en sus primeros años como cazador, solía enorgullecerse de las habilidades de «Chinita», una perra criolla con un cuarto de sangre de setter irlandés. Tenía un olfato agudo, eficaz incluso a grandes distancias, un carácter temperamental y fogoso, así como gran velocidad y resistencia.

Chinita podía comportarse de manera sigilosa, y cuando detectaba una presa posible, mantenía la cabeza alta, el cuello erguido y los ojos bien fijos en el animal para indicar a su amo la dirección del oportuno disparo. Chinita disfrutaba tanto como Juan Severo de las jornadas de caza; su fino olfato distinguía con facilidad la presencia de un cachicamo, un conejo o un venado, mientras que su preciso oído alertaba sobre la inminencia de una manada de báquiros salvajes o el suave andar de un cunaguaro.

Estas interesantes jornadas permitían que Juan Severo, al final del día, regresara con un muestrario de especies cazadas de variada gama, incluyendo algunos plumíferos. Ante su frustración como tigrero en potencia, nuestro amigo decidió importar de Argentina a un sobrio animal de la raza Dogo, especialmente entrenado para cazar pumas y otros grandes felinos. Su nombre era «Borbón».

Después de una campaña de tres meses en el bajo Orinoco, Juan Severo logró, con la ayuda de Borbón, cazar un soberbio tigre mariposo de 160 kilos. Con el transcurso de los años, pudo orgullosamente colgar en su galería otra pareja de cabezas de otrora temibles felinos. Mientras Borbón cazaba tigres, Chinita quedó para jugar en el patio de la hacienda, olfateando picures, rabipelados y algún que otro conejo merodeador.

Con esta anécdota, he querido ejemplificar uno de los defectos más comunes de los empresarios noveles: la falta de focalización en los objetivos de negocios. En general, a los latinoamericanos nos brotan las ideas de negocios «a borbotones», y solemos dedicar nuestra atención a perfilar diferentes proyectos para satisfacer nuestra prolífica inspiración empresarial. Caemos, por tanto, en el error de «asar varios conejos a la vez», con el consecuente riesgo de que se nos queme alguno, o todos…

Cuando el empresario diluye su tiempo y esfuerzo entre diferentes proyectos, es probable que llegue al extremo de sentirse agobiado por el peso de las responsabilidades y lo embargue un sentimiento de frustración y derrota. Este es el preciso momento para reflexionar sobre el problema que lo aqueja; el momento de establecer una jerarquía y un cronograma de acciones y prioridades a ejecutar. Es el momento de FOCALIZAR.

Así como un piloto de aeronave utiliza toda la potencia de los motores para el despegue, el empresario que desea tener éxito en un proyecto debe dedicar toda su concentración en focalizar sus esfuerzos hacia el cumplimiento de ese objetivo. para que no queden dudas respecto a su propósito de focalizarse en uno o pocos objetivos, escriba en un papel todo ese cúmulo de ideas y proyectos que tiene en la mente. Asígnele un orden de prioridad en tiempo y dinero a cada renglón y deje que sean los tres primeros los que pasen a ocupar su atención hasta que se complete ordenadamente su ejecución. Los proyectos e ideas restantes archívelos hasta nuevo aviso.

Estar focalizado no es solo llegar al convencimiento de que se deben priorizar las actividades, sino dedicarse en «cuerpo y alma» a la implementación de los proyectos en el mismo orden estipulado, uno por uno. Las distracciones nos hacen perder el foco de nuestra línea de trabajo, por lo que ejercitar nuestra voluntad para rechazarlas es de rigor; la tentación de una buena película, una amena conversación, un juego de solitario o una «siestica» a veces nos apartan de la concentración requerida.

Métase de lleno en ese único proyecto y hasta que no lo culmine, no descanse; verá que la sensación de logro es un estimulante extraordinario para seguir adelante con los demás compromisos de la vida empresarial. Ahora sabe que si en algún momento llegara a flaquear, no tiene más que acordarse de la profunda diferencia que existe entre la perrita Chinita y el perro Borbón y volver así al carril…
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Autor: Alfredo González (alfredo@negociosenflorida.com)
Foto cortesía de Pixabay

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