Tips esenciales para lidiar con el stress en nuestro trabajo y nuestra vida como emigrantes.
“Stress” es una palabra anglosajona que no tiene traducción precisa en el idioma español. Quizás “angustia” podría servirle de aproximación razonable. El diccionario de la Real Academia Española ha aceptado la incorporación de este termino como «estrés».
Los latinoamericanos que llegamos para quedarnos a la tierra del Tío Sam confrontamos una serie de factores generadores de este mal que aqueja a las sociedades modernas pero que en nuestros países afecta fundamentalmente a quienes sufren de “mal de amores”. Acostumbrados a nuestras querencias y costumbres iniciamos la difícil ruta que conduce al “Sueño Americano”.
Rodeados de incertidumbre, temores e ilusiones, encontramos que acá hay demasiadas cosas que nos son extrañas: el idioma, las normas legales, las direcciones, la comida y, especialmente, el culto reverencial por el trabajo. De tal manera que el “vía crucis” de nuestra adaptación al medio pasa por diversas etapas generadoras de stress.
El desconocimiento del idioma inglés es la primera piedra de tranca que le impide al recién llegado comunicarse fluidamente con sus semejantes y a malentender desde las señales de tránsito hasta las características de los productos que adquiere en el supermercado.
Otra importante fuente generadora del “mal de nuestros días” es el problema de los “papeles”. Una vez que el beneficiario ha obtenido la visa original de entrada al país, debe adecuar su conducta laboral y ciudadana a las normas que le permitirán obtener la ansiada “green card”. Dependiendo de su “estatus” nuestro inmigrante deberá, o generar determinadas fuentes de trabajo, o solicitar la certificación laboral, o esperar con la mirada puesta en el cielo -y en el buzón de correos- la aprobación de su asilo.
Y así, sin tiempo de lamentos, nuestro paisano debe comenzar a bregar en un entorno preñado de competencia y de severas regulaciones laborales. Si quiere trabajar legalmente como plomero, electricista, maestro de obras o aun como diseñador de interiores, deberá obtener una licencia del estado; tomar los cursos respectivos y, después de pagar los derechos y la matricula, acceder al “estresante” examen de aprobación.
Pero, para no hablar de impuestos, seguro social, seguro de salud y patrimonial, o de la ”driver’s license” pasemos ahora a examinar aspectos relativos al plano familiar de nuestro prototipo ya que, con toda seguridad, el vendrá acompañado de esposa e hijos. Y es que, sin lugar a dudas, el peso económico de la carga familiar suele ser una de las mayores causas generadoras de estrés.
Cuando el padre de familia contrasta sus ingresos con las necesidades del hogar y observa que su denodado esfuerzo laboral no alcanza para satisfacer los requisitos primarios, su mente se esforzará en buscarle soluciones al problema. Sus sistemas cardiovascular e inmunológico, sus glándulas endocrinas y las regiones del cerebro que tienen que ver con la memoria y las emociones comenzarán a actuar conjuntamente. Su secreción de adrenalina aumentará a la par de su respiración, ritmo cardíaco y presión arterial. Si a fin de cuentas su mente logra sublimar el problema que causó la angustia, el organismo podrá regresar a su posición normal. Caso contrario, el estrés crónico irá encontrando formas de expresión en diversas enfermedades como producto de la impotencia del individuo para satisfacer las demandas del mundo exterior y para resistir las presiones que sobrecargan su sistema nervioso y debilitan su sistema inmunológico.
Casos de patologías crónicas como migrañas, acné, úlceras del sistema digestivo y asma respiratoria son a menudo atribuibles al estrés al igual que serios problemas de salud como la diabetes, enfermedades del corazón y ciertos tipos de cáncer.
Ahora bien, como no se trata solo de identificar las causas del mal sino más bien de buscar soluciones que permitan controlarlo, vamos a presentar un decálogo de normas para mitigar los efectos del estrés y a desarrollar factores de productividad social y laboral.
Primera: Haga por lo menos 30 minutos diarios de ejercicios que le hagan sudar para que los poros se abran y respiren. Recuerde aquella famosa frase del poeta latino Juvenal: “Mens sana in Corpore sano”, o sea, “mente sana en cuerpo sano”.
Segunda: Coma y beba sano. Evite los carbohidratos y las grasas en general. No abuse de la capacidad purificadora de su hígado embasurándolo con bebidas de alto contenido alcohólico o cafeinadas.
Tercera: Duerma bien. Aunque una de las expresiones más usuales del estrés es el insomnio, trate de dormir por lo menos 6 horas diarias para que el organismo esté en capacidad al día siguiente para enfrentar los rigores de la vida. Use píldoras para dormir si es necesario.
Cuarta: Aprenda a respirar con el diafragma, profundamente, para que su organismo -en especial su cerebro- esté suficientemente oxigenado. El oxígeno bien distribuido hace que todas las células del cuerpo estén activas y dispuestas a realizar eficazmente las funciones que le corresponden.
Quinta: Aprenda a meditar para que logre encontrarse consigo mismo y pueda llegar a identificar las causas verdaderas del estrés. Por medio de la meditación se adquiere la estabilidad mental necesaria para cambiar los momentos de angustia por momentos de felicidad y de paz interior. Si practicamos la meditación con regularidad, finalmente lograremos lo que se conoce como la liberación o nirvana en sánscrito. A partir de entonces, durante el resto de nuestra vida, deberíamos experimentar paz y felicidad.
Sexta: No desespere. Cuando se sienta abrumado por los problemas repítase a si mismo la frase “Contra la Depresión, ¡Acción!” y, acto seguido, compulsivamente, actívese emocional y físicamente; comience a vibrar ante los armoniosos acordes de la vida. Oiga música, cante, váyase al cine y por una vez compre “pop corn” y otros agentes de engorde súbito; camine lentamente por las calles y, mientras paladea un cremoso helado de barquilla, observe a la gente pasar; admire la silueta de la luna y dele gracias a su Dios por todos los dones que hoy puede disfrutar. Cosas sencillas pero gratificantes…
Séptima: Hable. No se encierre en usted mismo si tiene la posibilidad de conversar con un amigo o familiar. El solo hecho de desahogar nuestra angustia sirve de aliviadero a nuestras presiones psicológicas y, ¿porque no?, podríamos hasta llegar a recibir consejos y ayuda oportuna de nuestros semejantes. Las personas introvertidas son más susceptibles de somatizar sus angustias en forma de enfermedades.
Octava: No agreda ni responda a las agresiones. Aunque existen personas pendencieras con las que debemos trabajar o con quienes nos topamos frecuentemente, ignore sus actitudes desafiantes e imagine con Dostoyevsky que ellos, como todo ser humano, deben tener algo de bueno también. Trate de verle esa parte positiva a cada individuo de esa naturaleza. Piense en la fiesta brava e interprete usted el papel del torero, dejándole el del toro al otro. Que desagradable sería una corrida si el torero patease al toro, lo insultase y además lo escupiese. ¿No es cierto?
Novena: Junto con la purificación de su mente, haga también una limpieza general de su sitio de trabajo y de su casa. Bote a la basura todas esas revistas y periódicos que una vez guardo porque tenían “algo interesante”. Mande a las Industrias de la Buena Voluntad (Good Will Industries) todo lo que sean libros viejos, recuerdos desagradables, ropa usada que ya no use y los muebles, artículos deportivos, juguetes y otros accesorios pasados de moda o inservibles que se suelen acumular por negligencia o por la sola inercia de la vida.
Décima: Sea positivo pero no terco. Cuando se sienta agobiado por algún problema recuerde la famosa oración de San Agustín y recítela en voz baja: Señor dame la decisión para cambiar aquellas cosas que yo puedo cambiar; la paciencia para aceptar las cosas que yo no puedo cambiar; y la inteligencia para distinguir una cosa de otra.
Es difícil encontrar en el mundo a alguna persona que no haya sufrido jamás de algún momento de stress. El stress, cuando se manifiesta en respuesta a presiones externas puntuales, es beneficioso para el individuo. Imagínense ustedes a un estudiante que no sufra la angustia del examen final, a un conductor que no reaccione violentamente para evitar un accidente o a un atleta que no le exija a su organismo el máximo esfuerzo para optar a la victoria. Por tanto, esté pendiente de las manifestaciones de su conducta para que sepa delinear oportunamente la frontera entre lo normal y lo patológico.
Y para culminar este “estresante” artículo vaya esta cita de Bertrand Russell, el genial filósofo británico:
«Uno de los síntomas que anuncian un colapso nervioso es la creencia de que el trabajo de uno es indispensable.»