Un amigo cubano me dijo recientemente que una Venezuela post-chavista necesitaría, al menos, de un período de dos generaciones para alcanzar un nivel de desarrollo económico decente. Como soy optimista por naturaleza, le dije que tenía una visión diferente basada en las siguientes premisas:
Primero, Venezuela sigue siendo un país rico. A pesar del saqueo de 20 años ejecutado por el chavismo, sus perpetradores no pudieron extraer y procesar eficientemente las mayores reservas de petróleo y las octavas mayores reservas de gas natural del mundo, ni las enormes reservas de bauxita, carbón, oro, mineral de hierro, bitumen y coltán que Venezuela acumula en su afortunado seno.
El país también cuenta con amplias zonas de tierra cultivable fértil y abundantes fuentes de agua dulce. Alrededor de una cuarta parte del área total de Venezuela es adecuada para actividades agrícolas y ganaderas.
Además, Venezuela tiene una posición geográfica altamente favorable al turismo receptivo. Su biodiversidad natural ofrece a los visitantes una variedad de atractivos parajes que van desde los llanos hasta las montañas andinas, las selvas y las playas soleadas durante todo el año.
Segundo, a pesar de que la eficiencia del sector petrolero, de las industrias básicas y del sector manufacturero se ha hundido a sus más profundos niveles, existe una impresionante reserva de recursos humanos gerenciales, técnicos y trabajadores calificados que regresarían a su tierra natal con una visión universal de la vida, diferentes idiomas, nuevas destrezas y, sobre todo, con un post grado en humildad recibido en la escuela de la adversidad. Esta afluencia de sangre fresca al tejido económico venezolano le daría excelentes frutos a corto plazo a nuestro devastado país.
Tercero, la atención de los mercados e inversionistas del universo financiero se posaría sobre el giro que dé la economía venezolana. Importantes flujos de inversión extranjera directa y capitales repatriados nutrirán el caudal financiero requerido para la reconstrucción. A esos recursos habrá que agregar los fondos de cooperación aportados por los organismos multilaterales y los depósitos recuperados del sistema financiero internacional que son producto de la corrupción.
Cuarto, la reconstrucción de la economía venezolana requerirá de un esfuerzo sobrehumano porque la capacidad productiva agregada del país está minusválida por la obsolescencia tecnológica y la escasa disponibilidad de bienes de capital. De hecho, esta situación conduciría forzosamente a la renovación masiva del parque tecnológico de la economía, a todos los niveles. Como resultado, tendríamos un sector industrial de vanguardia dotado de altos niveles de productividad.
Al poder disponer de las materias primas suministradas por la madre naturaleza, de la fuerza laboral y de la capacidad empresarial apalancadas por el regreso de millones de compatriotas a su tierra natal, y de la entrada de capitales en busca de rendimiento y seguridad jurídica, la plataforma de lanzamiento para un nuevo país estaría sólidamente conformada. Con suerte, estas felices circunstancias pavimentarían el camino para que en Venezuela se materializara el primer milagro económico del siglo XXI.
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